El suicidaHacia días que lo venia pensando. La ventana del viejo caserón chirriaba cada vez más cuando el viento del este soplaba en las noches, el sonido retumbaba en el hueco de la escalera y llegaba hasta la habitación. Envuelto por las sabanas John eludía el sonido tarareando una vieja canción de cuna que no sabía por qué extraña razón siempre recordaba cuando sentía miedo.
No podía dormir, llevaba tanto tiempo sin poder hacerlo. Una vuelta sobre la almohada y si no podía conciliar el sueño esta vez se levantaría y cerraría con fuerza el viejo ventanal…pero eso lo había dicho ya tantas veces.
Al final se dormiría y en la mañana, cuando el viento se alejara, bajaría escalón a escalón, atravesaría el hall casi a oscuras y cerraría de un golpe la cristalera angulosa que rechina al roce continuo con la madera.
- Y ahora qué, se pregunta cuando deja de escuchar el sonido….
- He de dormir y para qué, si mi mañana será un día cualquiera, solo y abatido frente al televisor…
Ya no recuerda cuando fue la última vez que tuvo una visita, o cuándo compartió una cerveza en un bar. Se sentía cansado. Su joven corazón quería hacerse viejo con anticipación y él, no le llevaba la contraria...era mejor así, su vida no tenía mucho sentido. Su extraña forma de ser le había apartado de sus amigos más leales…el trabajo le agobiaba, la familia se alejaba de su pequeña visión de la vida cotidiana. No entendía muy bien porque esa rutina de comer los domingos en casa de Mama, o esas aburridas barbacoas en las que los amigos se hinchan de cerveza y grasa...y ríen sin sonido alguno.
Analizaba a diario su vida…todo era un fracaso…y entonces había decidido vivir en soledad...y desde hacía unos días discurría la mejor manera de morir envuelto en su propio destino.
Pero aquella mañana cuando se disponía a cerrar el viejo ventanal chirriante, algo turbo su visión….
La silueta de una mujer paseaba por la habitación de la casa de enfrente, que siempre estuvo abandonada. Las cortinas ajadas por el tiempo dejaban entrever su figura esbelta y su larga cabellera se mecía como una nebulosa de gas y polvo con el viento.
Algo se movió dentro de su estomago y una mueca burlona asomó a su rostro. Abrió de par en par el ventanal y se dejo ver.
La extraña mujer al observarle agito su manos saludándole y lo acompañó con una elegante sonrisa. John se avergonzó, cubrió su cara con la cortina y escondió su cuerpo tras la madera carcomida de la contraventana.
La observaba a hurtadillas…la mujer seguía asomada a la ventana, ahora sentada en el alfeizar contemplando el jardín. Sus largas piernas se adivinaban suaves y su juguetear con los zapatos la hacía parecer algo infantil…a John le gustó esa postura, tanto que se atrevió a salir hasta el borde de la verja para poder contemplarla mejor y si se atreviera, decirle alguna palabra.
La dama de las piernas largas e imaginaria suavidad hizo un ademan de meterse en la habitación, entones John grito
- ¡No!, espera…sigue sentada...eres la imagen perfecta de la inocencia.
Cruzó la puerta de hierro, avanzó por la acera y cruzó la calle, ni siquiera miró si algún coche podría atropellarle…no quitaba la vista de la ventana.
Tan solo a dos metros de su mirada había encontrado un ser especial…ella le sonrió y le invito a pasar, nervioso John se pensaba que hacia allí.
De repente todo se le vino encima…..él no sabría qué decir, ¿Qué le iba a contar?....tuvo miedo. ¿Sería capaz de conversar con ella? Parecía muy abierta…tendría miedo y no le saldrían las palabras. Pensó en marcharse, casi había retrocedido dos peldaños de la escalera de entrada cuando se abrió la puerta y esa mujer que hizo mover algo en su estomago, apareció con la más bella sonrisa que John podía recordar.
Habían transcurrido dos horas cuando la puerta volvió abrirse, John y la esbelta mujer de piernas largas y suavidad imaginable se despedían en el umbral con un ligero beso en las mejillas. John bajaba las escaleras de espaldas, ella seguía sonriendo mientras su larga cabellera rozaba sus seños remarcando su figura….fue entones cuando ella le dijo:
.- John ¿Salimos a cenar esta noche?
Sin poder articular palabra, aterrado por el sentido de esa frase, John corrió a su casa, atravesó la verja de hierro, camino por el césped del jardín, abrió la puerta, corrió hacia la ventana…y desde allí la miró.
Con un gesto sin palabras, en ese silencio que habla a voces, asintiendo en su gesto,la contestó.
Aquella mañana John no había pensado en el suicidio ni un solo segundo.
P. Martins